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Dos ideas flotan en el ambiente de izquierda para estas elecciones. Ideas insoportables y recalcitrantes por insatisfactorias. El voto nulo como inicio de la radicalidad, o el voto pragmático como inicio de la radicalidad. Sería tramposo pretender que tienen orígenes distintos.
En el primer caso se vota nulo por principios, por razones morales. Quizás dejando que los medios para llegar a nuestros objetivos pasen a segundo término. Quien vota nulo piensa que el camino importa por sí mismo y desea hacerlo todo de la mejor forma posible, consecuentemente. Hay un afán de pulcritud y de coherencia irrenunciable, radical. Por lo general, esta es la postura de quienes no están dispuestos a negociar ni un ápice, entre otras cosas porque no les parece necesario.
Con independencia de si les asiste razón, tenemos del otro lado el voto pragmático por la opción menos espuria. Esta acción denota preocupaciones de carácter realista, por decirlo en términos técnicos. Es decir, quien vota por el menos terrible está interesado en facilitarse los medios a costa de ceder temporalmente en sus convicciones. No obstante que ello es muestra de radicalidad por estar dispuesto a hacer mucho más que otros por sus objetivos, incluso aquello que parezca ir contra sus principios. Por uso, la segunda opción podría ser condenable para algunos, mientras que la primera busca ser incontestable, invencible. ¿Qué es lo conveniente?
Mi opinión es que se trata de una dicotomía falsa. Es más bien una cuestión de objetivos y medios que requiere una cuidadosa esquematización. ¿Qué se busca en una elección en tanto elector? ¿Cuál es la mejor forma de empoderar nuestra participación? ¿Cómo hacemos que sí importe? Es fundamental tener un plan de acción y algunas ideas políticas primero, de otro modo estas preguntas no tienen sentido. En otras palabras, no es posible exigirle un voto meditado con esta profundidad a todos los electores. Hay que saber dónde se está parado y qué se necesita para sí mismo, este breviario presupone cierto grado de politización.
Para pensar que votar nulo tiene sentido o que votar pragmático tiene sentido, es necesario tener un plan. ¿Qué plan? Un plan político, que a su vez depende del posicionamiento. ¿Qué queremos y cómo lo queremos? ¿De quiénes somos amigos y de quiénes no? Es momento de hablar sobre el caso concreto.
Elecciones intermedias, México 2015. El gobierno se encuentra en una grave crisis política con diversos alcances y aristas, crisis que se enmarca dentro de un ciclo amplio de más crisis de diversos tipos. Hace algunos meses la izquierda era obligada a posicionarse radicalmente contra el establishment por la tragedia ocurrida en Ayotzinapa, Gro. (y todo sin siquiera hacer mención de la avalancha anterior y posterior de sucesos parecidos). A la verdad generada en aquel momento por la multitud (Fue el Estado), hoy le correspondería como continuación una lucha contra las elecciones, en tanto que formar parte de las mismas sería legitimar el sistema del que (supuestamente) pretendíamos deshacernos.
A lo anterior añádanse las crisis generales de los partidos (que no olvidemos, también forman parte del gobierno, por ejercer recursos públicos), particularmente la del PRD, otrora un bastión emblemático de la izquierda nacional, que llega a tal punto que incluso algunos de sus fundadores se han separado de él porque ya no le consideran más de izquierda, ni representativo de lo popular.
De modo alternativo, usar la vía electoral para hacerle frente al priísmo y su apabullante estructura corporativa aparece como una opción viable y tentadora. La mancornadora combinación tricolor y blanquiazul lleva varios años causando regresiones importantes en el país, y buena parte se debe a sus buenas relaciones en las cámaras y a sus pactos (opacos, por decir lo menos). Y ni qué decir de los partidos satélite, que se ocupan a sí mismos como comodines, a costa de garantizarse el acceso a la ubre pública sin más. ¿Qué nos exige la coyuntura, o mejor dicho, la estructura? Oponernos resueltamente y en los términos más efectivos. Hacer presencia en la arena pública.
¿Es más efectivo votar por la oposición o votar nulo? Es una pregunta engañosa y muy poco clara. Votar nulo es consecuente y nos compromete con un plan participativo. Para justificar nuestro rechazo al sistema electoral es necesario crear una opción alternativa y legítima, que nos aleje de la posibilidad reaccionaria de no hacer nada. Votar nulo exige disciplina y compromiso para crear una alternativa, aunque sea pequeña; una alternativa que tenga sentido para una comunidad. Y no se crea que esto sería falta de ambición, la creación no tiene punto de comparación con logros de otro tipo.
En cuanto a votar pragmático, es fácil pensar que esto nos acercaría al gobierno por medio de un interlocutor mejor, y que ayudamos a lograrlo, pero también esta postura nos llevaría fácilmente a la conformidad. El contexto además nos indica otra dirección. En el juego electoral se trata de votar por entidades impensables por fuera del establishment. Sería apoyar a quienes sistemáticamente han callado cuando era necesario gritar; y sería también legitimar a quienes se han encargado de callarnos cada que tienen oportunidad como autoridades. Esas mismas autoridades que se dicen confiables, y confiadas respecto del proceso electoral y sus asegunes.
Un voto de castigo no para otro partido, sino para el sistema en general, es lo que parece congruente. Pero no somos sordos, el otro tiene un punto. Casi cualquiera (o eso se piensa en estas elecciones) es mejor que el PRI en el poder. Por las reglas del juego (la reforma política vigente), abstenerse o votar nulo sólo beneficia a la estructura priísta y a su voto duro (que en 2006, su peor momento reciente, fue de nueve millones). Sin el voto de oposición para hacerle contrapeso al Ejecutivo en la Cámara (que sería de las pocas funciones que hoy le podríamos extraer al Congreso y a las elecciones), la dictablanda seguiría haciendo su agosto con los jirones de la patria casi sin obstáculos reales.
De ello por ahora sólo puede extraerse una conclusión. No podemos pensar el voto como una acción aislada, antes debe estar enmarcado por una red de acciones que lo doten de sentido, debe formar parte de algo más grande. El voto tendría que ir acompañado de nuestra respectiva militancia, sea en el entendido de que los partidos son medios para la participación ciudadana en el gobierno, o bien pensando que la creación de comunidad es lo prioritario en la política de hoy.
Y quizá pudiéramos decir que estas batallas no son excluyentes, ni tampoco personales. En última instancia no se trata de los actores involucrados, se trata del funcionamiento sistémico y de cómo modificar sus operaciones hacia mejor, se trata de hacer política en serio. Si el partido en el gobierno necesita un contrapeso y eso es benéfico para los mexicanos, no podemos escatimar esfuerzos en conseguirlo. Si lo que se necesita es también generar participación y decisión ciudadana, habrá que hacer trabajo de base y comenzar a apropiarse de los espacios y recursos necesarios para la autonomía ciudadana, sin tampoco dejarlo de lado ni un solo momento.