23 ene 2016

Notas aristócratas (2014)

Para nosotros y en este país, nos parece legítimo considerar que para todo caso la libertad ya está tomada de antemano, y como primer paso de una decisión, sí es un paso previo a la reflexión. A la razón la precede siempre el orgullo, ese que busca resolver problemas y ser mejor que todos. Ése orgullo opta por no pedir ayuda a otros y osa pensar por sí mismo. Entonces razonas y comienzas a pensar en soluciones para todo lo que te sucede y necesita respuesta. Y en la medida que descubres las causas te vas volviendo libre de influencias innecesarias y aprendes a manipular esas reglas (por así decirlo) para tus propios fines. Pues al fin y al cabo eres un hombre de carne y pasiones.

Por eso cuando ustedes dicen que pretendemos que el Estado resuelva nuestros problemas y que por eso es objeto de nuestro interés, no hacen más que evidenciar su ya predecible falta de inteligencia (y por ende, de orgullo). Nosotros vemos un problema que ustedes no, un problema político, y tenemos la suficiente confianza en nosotros como para hacer nuestro ése problema, y la suficiente inteligencia para ver cómo nos involucra. Nuestro. Un problema político nos interesa porque fuimos educados para pensar en los demás, para considerarlos importantes. Tan importantes como el sí mismo.

¡Idiotas! Les dirían ya saben donde y cuando, pues ésta etimología es una de las más famosas (por no decir gastadas), de modo que si no la saben pueden sentirse ignorantes con todo derecho de ser reconocidos ampliamente. Y ya ni siquiera se han ganado el título por desentenderse de la asamblea, sino por ser estúpidamente inhumanos con otros que somos como ustedes. Por ser indiferentes, algunos dirían que merecen ser tratados así de vuelta. Yo sólo quiero pensar que son ignorantes y que es necesario explicarles, por principio de cuentas, que todos tienen derechos exacatamente iguales, y eso los incluye. Todos los seres humanos somos iguales. ¿No me creen o no saben de qué hablo? Algo llamado derechos humanos, respaldado por la ONU podría decirles algo extra.

Difícilmente somos optimistas, pero tampoco tenemos miedo. Vivimos en un país, quizá en un mundo, donde vivir y morir son una y la misma cosa, un país podrido entre sus garras y sus indiferencias. ¿De qué tendríamos miedo?, ¿de renunciar a este infierno en la vida o en la muerte? Poco importa.

Nos importa la historia, nos importan las próximas generaciones, nos importa la paz de la gente y hasta nos importa el bienestar de nuestro país, su desarrollo moral y económico. Pero más nos importa la libertad verdadera, esa que se les reconoce a todos sin excepción, y cuya preservación es la única obligación estatal verdadera hacia todos los miembros dentro de su jurisdicción.

No queremos ser juzgados por nuestros hijos como corruptos ni irresponsables o agachones incongruentes. No queremos quedarnos sin país, y no queremos seguir soportando ineptos y ladrones para que nos fustiguen con hambruna y madrizas. Preferimos morir intentando lograr un giro.

***

Con afán incendiario: ¿qué obligación tengo (tenemos) de respetar la ley que cotidianamente es usada para favorecer al poder y a sus lamebotas?, ¿qué obligación tengo de respetar una ley que quienes hicieron y firmaron no se preocupan por cumplir?, ¿por qué voy a obedecer a una autoridad que no se cansa de mostrarme cómo viola todo lo que podría ser valioso y deseable en la sociedad?

Notas sobre las asambleas estudiantiles (Nov. 2014)



-Son una especie de democracia muy particular, el único adjetivo que viene a mi mente es salvaje. Una democracia sin mucha idea y con bastante inocencia, franqueza, casi transparencia; un deseo irrefrenable de defender lo esencial de las democracias (que no lo más importante): la inclusión. Pero yo creo que este afán de pureza es más un temor a ensuciarse las manos que una especie de pulcritud santa.



-Los estudiantes tienen miedo, como todo mexicano. Nos encontramos traumatizados por la violencia sistemática del Estado mexicano, que siempre recrudece cuando gobierna el PRI (cosa que parecía imposible después de Calderón), como si esa fuera la verdadera meta gubernamental. Gracias a ese terror que ha dejado estragos, ha sido difícil convencer a otros de que algo así como una “asamblea democrática” valía la pena, ¡y para qué hablar de un movimiento o una acción directa! Pero se ha ido logrando el apoyo, se han ganado las voluntades de varios sectores populares y poco a poco, muy lentamente, el país va teniendo idea del estercolero en que habían convertido el gobierno, y cómo todos los narcopolíticos podían fingir y predicar muy bien acerca de por qué no olía a mierda.



-Otra razón que me permite caracterizarla como una democracia salvaje es que uno muy pronto se da cuenta de que se trata de asambleas hostiles en varios sentidos: es un público instruido (aunque no lo suficiente) y difícil de contentar. Además de que por el esmero encendido de “hacerlo bien” en un sentido moral fuerte, las asambleas suelen alargarse y eso provoca un ambiente todavía menos apto para el estudiante medio de hoy, acostumbrado a lo fácil y rápido. El acostumbrado a las prisas o a la comodidad. En asamblea ni una ni otra: lento y jodido, con pocos avances, pero progresando. Carajo, ¡pero progresando! ¿Por qué la gente no se fija en eso?



-Sería legítimo decir que estoy ahí por lo que decía Platón: no hay que dejarle el gobierno a los peores hombres, y ese temor hará que nos involucremos más que los estúpidos o los injustos. Consciente de mis carencias y tomándolo por verdad, repito lo mismo a mis conocidos: hace falta (y nunca sobra) en una asamblea gente sensata, bien formada, con capacidad oratoria y organizativa para tejer resistencia sólida.



-Sobre este último punto, también es legítimo hacer unas cuantas caracterizaciones estudiantiles:



Están los antiparistas que ni siquiera se molestan en ir, junto con los pro-gobierno dogmáticos e incondicionales, y si hacen presencia es por medio de espionaje o de halcones. Es decir, la más rancia de las cepas reaccionarias. Pueden pecar de ignorantes en algún momento.



Luego están los antiparistas no dogmáticos, dispuestos intelectualmente a cambiar, pero por alguna razón todavía no materialmente. Ellos apoyarán los paros si hay razones, pero no van a ir a sostenerlos; ellos recriminarán el menor de los errores de los compañeros más activos y a la menor provocación cambiarán su discurso a favor de la autoridad.



Están los verdaderamente neutrales, los ignorantes, los idiotas o los que reconocen que no tienen una opinión sincera favorable y fundamentada mayor para uno u otro bando. Por lo general son estudiantes poco politizados (muchas veces también los otros dos) de modo consciente, pues únicamente reproducen la ideología con la que conviven cotidianamente, o bien su oposición termina con el puro rechazo.


Siguen los paristas moderados, por lo general estarán a favor del paro y ayudarán con labores fáciles para esos días. Su límite suele ser la insistente no violencia, que una vez más es aquella pureza que disfraza su cobardía. Estos son la mayoría de los alumnos que podrían organizar algo así como “un movimiento solidario” que genere las condiciones de una “huelga nacional”. El panorama no es nada alentador.



Y se pone peor, por último están los radicales a rajatabla, anarquistas, comunistas, y en general toda esa gente que cree que ha dado con la bondad y la verdad eternas. Ellos están dispuestos a cualquier cosa por sus valores sólidos e interiorizados debidamente. En los paros son quienes cuentan con más experiencia y quienes serán fundamentales para sostenerlo. Son la muestra de que una disciplina axiológica cosecha grandes frutos, que no suficientes sin apoyo.



De entre todos ellos, es difícil hallar gente sensata, con argumentos serios y acaso dispuesta a compartirlos en un afán de mera reflexión, para decidir colectivamente del mejor modo. Y por eso puedo volver a mi comentario a propósito de Platón: ¡cuánta razón tenía!, no se trata de ideologías, se trata de los mejores hombres, de esos que tienen compromiso con la verdad y el bien, por encima incluso de sus vidas, y en esa medida están dispuestos a poner celoso empeño en su labor. Y aún de entre estos, habrá que elegir a los que tengan verdadera capacidad para su tarea.



-Quizá deba hacer especial énfasis en el compromiso, pues las asambleas sí son espacios que, en nuestro contexto, constituyen un riesgo físico y psicológico real para quienes las frecuentan. Ser estudiante y ser opositor es de alto riesgo, pero hoy no hay otro modo digno de vivir.

Hacia un plan

Imagen principal de la app Pleno Ciudadano.
Dos ideas flotan en el ambiente de izquierda para estas elecciones. Ideas insoportables y recalcitrantes por insatisfactorias. El voto nulo como inicio de la radicalidad, o el voto pragmático como inicio de la radicalidad. Sería tramposo pretender que tienen orígenes distintos.

En el primer caso se vota nulo por principios, por razones morales. Quizás dejando que los medios para llegar a nuestros objetivos pasen a segundo término. Quien vota nulo piensa que el camino importa por sí mismo y desea hacerlo todo de la mejor forma posible, consecuentemente. Hay un afán de pulcritud y de coherencia irrenunciable, radical. Por lo general, esta es la postura de quienes no están dispuestos a negociar ni un ápice, entre otras cosas porque no les parece necesario.

Con independencia de si les asiste razón, tenemos del otro lado el voto pragmático por la opción menos espuria. Esta acción denota preocupaciones de carácter realista, por decirlo en términos técnicos. Es decir, quien vota por el menos terrible está interesado en facilitarse los medios a costa de ceder temporalmente en sus convicciones. No obstante que ello es muestra de radicalidad por estar dispuesto a hacer mucho más que otros por sus objetivos, incluso aquello que parezca ir contra sus principios. Por uso, la segunda opción podría ser condenable para algunos, mientras que la primera busca ser incontestable, invencible. ¿Qué es lo conveniente?

Mi opinión es que se trata de una dicotomía falsa. Es más bien una cuestión de objetivos y medios que requiere una cuidadosa esquematización. ¿Qué se busca en una elección en tanto elector? ¿Cuál es la mejor forma de empoderar nuestra participación? ¿Cómo hacemos que sí importe? Es fundamental tener un plan de acción y algunas ideas políticas primero, de otro modo estas preguntas no tienen sentido. En otras palabras, no es posible exigirle un voto meditado con esta profundidad a todos los electores. Hay que saber dónde se está parado y qué se necesita para sí mismo, este breviario presupone cierto grado de politización.

Para pensar que votar nulo tiene sentido o que votar pragmático tiene sentido, es necesario tener un plan. ¿Qué plan? Un plan político, que a su vez depende del posicionamiento. ¿Qué queremos y cómo lo queremos? ¿De quiénes somos amigos y de quiénes no? Es momento de hablar sobre el caso concreto.

Elecciones intermedias, México 2015. El gobierno se encuentra en una grave crisis política con diversos alcances y aristas, crisis que se enmarca dentro de un ciclo amplio de más crisis de diversos tipos. Hace algunos meses la izquierda era obligada a posicionarse radicalmente contra el establishment por la tragedia ocurrida en Ayotzinapa, Gro. (y todo sin siquiera hacer mención de la avalancha anterior y posterior de sucesos parecidos). A la verdad generada en aquel momento por la multitud (Fue el Estado), hoy le correspondería como continuación una lucha contra las elecciones, en tanto que formar parte de las mismas sería legitimar el sistema del que (supuestamente) pretendíamos deshacernos.

A lo anterior añádanse las crisis generales de los partidos (que no olvidemos, también forman parte del gobierno, por ejercer recursos públicos), particularmente la del PRD, otrora un bastión emblemático de la izquierda nacional, que llega a tal punto que incluso algunos de sus fundadores se han separado de él porque ya no le consideran más de izquierda, ni representativo de lo popular. 

De modo alternativo, usar la vía electoral para hacerle frente al priísmo y su apabullante estructura corporativa aparece como una opción viable y tentadora. La mancornadora combinación tricolor y blanquiazul lleva varios años causando regresiones importantes en el país, y buena parte se debe a sus buenas relaciones en las cámaras y a sus pactos (opacos, por decir lo menos). Y ni qué decir de los partidos satélite, que se ocupan a sí mismos como comodines, a costa de garantizarse el acceso a la ubre pública sin más. ¿Qué nos exige la coyuntura, o mejor dicho, la estructura? Oponernos resueltamente y en los términos más efectivos. Hacer presencia en la arena pública.

¿Es más efectivo votar por la oposición o votar nulo? Es una pregunta engañosa y muy poco clara. Votar nulo es consecuente y nos compromete con un plan participativo. Para justificar nuestro rechazo al sistema electoral es necesario crear una opción alternativa y legítima, que nos aleje de la posibilidad reaccionaria de no hacer nada. Votar nulo exige disciplina y compromiso para crear una alternativa, aunque sea pequeña; una alternativa que tenga sentido para una comunidad. Y no se crea que esto sería falta de ambición, la creación no tiene punto de comparación con logros de otro tipo.

En cuanto a votar pragmático, es fácil pensar que esto nos acercaría al gobierno por medio de un interlocutor mejor, y que ayudamos a lograrlo, pero también esta postura nos llevaría fácilmente a la conformidad. El contexto además nos indica otra dirección. En el juego electoral se trata de votar por entidades impensables por fuera del establishment. Sería apoyar a quienes sistemáticamente han callado cuando era necesario gritar; y sería también legitimar a quienes se han encargado de callarnos cada que tienen oportunidad como autoridades. Esas mismas autoridades que se dicen confiables, y confiadas respecto del proceso electoral y sus asegunes.

Un voto de castigo no para otro partido, sino para el sistema en general, es lo que parece congruente. Pero no somos sordos, el otro tiene un punto. Casi cualquiera (o eso se piensa en estas elecciones) es mejor que el PRI en el poder. Por las reglas del juego (la reforma política vigente), abstenerse o votar nulo sólo beneficia a la estructura priísta y a su voto duro (que en 2006, su peor momento reciente, fue de nueve millones). Sin el voto de oposición para hacerle contrapeso al Ejecutivo en la Cámara (que sería de las pocas funciones que hoy le podríamos extraer al Congreso y a las elecciones), la dictablanda seguiría haciendo su agosto con los jirones de la patria casi sin obstáculos reales.

De ello por ahora sólo puede extraerse una conclusión. No podemos pensar el voto como una acción aislada, antes debe estar enmarcado por una red de acciones que lo doten de sentido, debe formar parte de algo más grande. El voto tendría que ir acompañado de nuestra respectiva militancia, sea en el entendido de que los partidos son medios para la participación ciudadana en el gobierno, o bien pensando que la creación de comunidad es lo prioritario en la política de hoy.

Y quizá pudiéramos decir que estas batallas no son excluyentes, ni tampoco personales. En última instancia no se trata de los actores involucrados, se trata del funcionamiento sistémico y de cómo modificar sus operaciones hacia mejor, se trata de hacer política en serio. Si el partido en el gobierno necesita un contrapeso y eso es benéfico para los mexicanos, no podemos escatimar esfuerzos en conseguirlo. Si lo que se necesita es también generar participación y decisión ciudadana, habrá que hacer trabajo de base y comenzar a apropiarse de los espacios y recursos necesarios para la autonomía ciudadana, sin tampoco dejarlo de lado ni un solo momento.